Los cabales, cabreados

Toda corrida es una sorpresa; o una ruleta rusa. La sorpresa de ayer no fue que Joselito Adame cortara una oreja, sino que no cortara dos. A favor de plaza, a favor de toro y a favor de sí mismo, ha sido su San Isidro; pero debió ser más con estos buenos alcurrucenes. El Cid ya no es la mejor izquierda del escalafón y eso no es de extrañar en un país donde la izquierda no existe o es una caricatura infame. O sea que no nos pongamos estupendos con la izquierda de Manuel Jesús.

Toda corrida es una sorpresa para los creyentes que, en cada lance, quieren ver una resurrección; verbi gratia, Joselito Adame. Tampoco hay que desdeñar a su compatriota Juan Pablo Sánchez, aunque se dejara ir un noble toro, el tercero.

Quienes no decaen son los aficionados, los cabales que se citan en el patio de arrastre y los vomitarios; y que quieren demostrar sus conocimientos taurómacos tirándose de espontáneos. Dicen que mi padre, el señor Francisco, le quitó, el muy pendejo, la muleta a Gaona en la plaza de Palencia. Gente tan ponderada como Alfredo o Chuco Varona querían tirarse ayer al ruedo para quitarle la muleta a El Cid o a Juan Pablo Sánchez y demostrarles como se torea un buen toro.

Los perdí de vista y no sé lo que harían. ¿Sorpresas en una corrida? Muchísimas. El encuentro más sorprendente, entre la mediocridad de El Cid y el latigazo belicoso y torero de Adame, el de Pepe Lucas, pintor mediterráneo que me enseñó muchas cosas en el toro y me desenseñó otras. Naturalmente sigue defendiendo a Rafaelillo, su último ídolo, pero un respeto a Joselito Adame. A Pepe Lucas lo que más le gusta, más incluso que los elogios a su pintura, es que le cite en estas crónicas. Un día me enteré de que me ponía cuernos con Raúl del Pozo y que elogiaba más sus columnas que mis versos. Y lo bajé de los carteles; para que se jodiera.

Hoy lo vuelvo a subir, aunque con recelos. Lo de ayer en la Monumental de las Ventas hubiera sido una página para Carmen Rigalt o para Raúl que sabe menos de toros que Paco Umbral, que tenía un saber escondido. A mí lo que de verdad me gustaría ser es Carmen Rigalt y su lengua venenosa. Pero mi lengua es suave y de terciopelo. Como la muleta de Adame, por ejemplo.